
Cuando abrí los ojos me encontraba delante de un grupo de adolescentes leyendo un libro en papel y trasmitiéndoles el placer por la lectura. Eso sí, no todos tenían libros, algunos leían a través de unos aparatos extraños a los que llamaban e-books, pero al fin y al cabo, nuestra mirada recorría las mismas palabras.
Para mi sorpresa, tras finalizar la lectura todos abrieron sus ordenadores y la pizarra había desaparecido. Aquel encerado verde que usaba mi maestra en el colegio había sido sustituido por otro panel blanco que se conectaba a internet y con el que se podían realizar actividades más creativas. Me gustaba la nueva pizarra, pero ¿habrían desaparecido los bolígrafos y los cuadernos de clase? ¿Sabrían escribir a mano aquellos estudiantes?
De repente, un alumno que había olvidado cargar la batería de su ordenador en casa, sacó un cuaderno y varios bolígrafos de su mochila. Eso sí, solamente llevaba dentro un par de libretas y el bocadillo para el recreo; sus espaldas ya no soportaban tanto peso porque todo el temario aparecía en la llamada pizarra digital y los estudiantes lo tenían en sus respectivos ordenadores. El despistado alumno se dispuso a escribir en su libreta los deberes, acabó antes de tiempo, así que escribió en un trozo de papel una nota amorosa y la lanzó a una de sus compañeras de clase ¡Uff... menos mal! Al ver tanto ordenador pensé que estas costumbres habrían desaparecido.
Para mi sorpresa, tras finalizar la lectura todos abrieron sus ordenadores y la pizarra había desaparecido. Aquel encerado verde que usaba mi maestra en el colegio había sido sustituido por otro panel blanco que se conectaba a internet y con el que se podían realizar actividades más creativas. Me gustaba la nueva pizarra, pero ¿habrían desaparecido los bolígrafos y los cuadernos de clase? ¿Sabrían escribir a mano aquellos estudiantes?
De repente, un alumno que había olvidado cargar la batería de su ordenador en casa, sacó un cuaderno y varios bolígrafos de su mochila. Eso sí, solamente llevaba dentro un par de libretas y el bocadillo para el recreo; sus espaldas ya no soportaban tanto peso porque todo el temario aparecía en la llamada pizarra digital y los estudiantes lo tenían en sus respectivos ordenadores. El despistado alumno se dispuso a escribir en su libreta los deberes, acabó antes de tiempo, así que escribió en un trozo de papel una nota amorosa y la lanzó a una de sus compañeras de clase ¡Uff... menos mal! Al ver tanto ordenador pensé que estas costumbres habrían desaparecido.
2 comentarios:
Me ha encantado lo que has escrito y pienso como tú. Un saludo.
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