Todavía recuerdo con euforia la tarde del dos de noviembre de 1994. Estaba jugando con mi perro Belcha cuando mi abuelo Manuel me llamó y me confesó su preciado secreto. Subimos a la cámara de su casa, un sitio oscuro y con un increíble olor a pan recién hecho. Tras esquivar varios sacos de harina, mis ojos se deslumbraron ante la aparición de un gran armatoste metálico con infinidad de botones. Al principio pensé que sería un nuevo invento para cocer el pan, pero me equivoqué, me encontraba ante una máquina del tiempo. Mis delgados dedos pulsaron varias teclas marcando un número al azar, el 2030. Me introduje dentro de la máquina y mi abuelo giró con ímpetu un artilugio similar a un timón.
Cuando abrí los ojos me encontraba delante de un grupo de adolescentes leyendo un libro en papel y trasmitiéndoles el placer por la lectura. Eso sí, no todos tenían libros, algunos leían a través de unos aparatos extraños a los que llamaban e-books, pero al fin y al cabo, nuestra mirada recorría las mismas palabras.
Para mi sorpresa, tras finalizar la lectura todos abrieron sus ordenadores y la pizarra había desaparecido. Aquel encerado verde que usaba mi maestra en el colegio había sido sustituido por otro panel blanco que se conectaba a internet y con el que se podían realizar actividades más creativas. Me gustaba la nueva pizarra, pero ¿habrían desaparecido los bolígrafos y los cuadernos de clase? ¿Sabrían escribir a mano aquellos estudiantes?
De repente, un alumno que había olvidado cargar la batería de su ordenador en casa, sacó un cuaderno y varios bolígrafos de su mochila. Eso sí, solamente llevaba dentro un par de libretas y el bocadillo para el recreo; sus espaldas ya no soportaban tanto peso porque todo el temario aparecía en la llamada pizarra digital y los estudiantes lo tenían en sus respectivos ordenadores. El despistado alumno se dispuso a escribir en su libreta los deberes, acabó antes de tiempo, así que escribió en un trozo de papel una nota amorosa y la lanzó a una de sus compañeras de clase ¡Uff... menos mal! Al ver tanto ordenador pensé que estas costumbres habrían desaparecido.
Para mi sorpresa, tras finalizar la lectura todos abrieron sus ordenadores y la pizarra había desaparecido. Aquel encerado verde que usaba mi maestra en el colegio había sido sustituido por otro panel blanco que se conectaba a internet y con el que se podían realizar actividades más creativas. Me gustaba la nueva pizarra, pero ¿habrían desaparecido los bolígrafos y los cuadernos de clase? ¿Sabrían escribir a mano aquellos estudiantes?
De repente, un alumno que había olvidado cargar la batería de su ordenador en casa, sacó un cuaderno y varios bolígrafos de su mochila. Eso sí, solamente llevaba dentro un par de libretas y el bocadillo para el recreo; sus espaldas ya no soportaban tanto peso porque todo el temario aparecía en la llamada pizarra digital y los estudiantes lo tenían en sus respectivos ordenadores. El despistado alumno se dispuso a escribir en su libreta los deberes, acabó antes de tiempo, así que escribió en un trozo de papel una nota amorosa y la lanzó a una de sus compañeras de clase ¡Uff... menos mal! Al ver tanto ordenador pensé que estas costumbres habrían desaparecido.
2 comentarios:
Me ha encantado lo que has escrito y pienso como tú. Un saludo.
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